Me encantaría tener el tiempo y la paciencia suficientes para escribir una carta a todos esos individuos que, agazapados en su trinchera de impotencia, rencor, envidia o vete tú a saber qué, y con un dudoso concepto de la educación de su prole, se han dedicado en los últimos días a poner de vuelta y media la profesión de enseñantes. Pero no, hoy es miércoles víspera de un puente de cinco días; por tanto ya he empezado mis minivacaciones y le he encargado a mis duendecillos mágicos la tarea de corregir 140 exámenes y preparar la evaluación de ocho asignaturas.
En realidad, conciliar la vida familiar y laboral no es ningún problema para mí gracias a esos duendecillos, primos lejanos de los Oompa Loompa. Incluso se ofrecen a cuidar de mis hijos cuando cada final de trimestre yo, por amor al arte, me encierro en el colegio con mis compañeros desde que sale el sol hasta que se pone (en sentido literal) para dar clase y asistir a reuniones de evaluación. Además, no nos olvidemos de lo que cobramos en horas extras y el plus de dedicación exclusiva por el tiempo (aunque siempre es poco, ya se sabe) que dedicamos en casa a la preparación de clases y otros menesteres.
Por todo ello, habría que aclarar que la huelga de la que tanto se ha hablado esta semana no es fruto del descontento del gremio de docentes por la falta de un sistema de sustituciones ágil, ni por la necesidad de dignificar la labor del profesorado, bajar las ratios o mejorar las infraestructuras en los centros. En definitiva: que los profesores, de lo que realmente nos quejamos, es de lo cortos que se nos hacen los dos meses de vacaciones de verano. ¿Qué importa la calidad de la educación? ¿Qué más da seguir destrozando a nuestros jóvenes en un sistema educativo deficitario y poco realista que se muestra insuficiente o inalcanzable según el ojo del alumno que lo juzgue? Todos al mismo saco: ecocentros bilingües e informatizados que atienden a la diversidad pero que tienen el gran defecto de no estar abiertos 24 horas para descargar a sufridos y atareados padres y madres de su labor educativa.
Nuestras vidas son de vergüenza, admitámoslo. Es un delito incuestionable que los profesores hablen de huelga: resulta que tenemos dos meses de vacaciones, todos los puentes y fiestas posibles, toda la semana santa y, algunos años, un viaje de fin de curso estupendo con todos los gastos pagados. Después de todo, seguramente los cinco días más de clase que han sembrado la discordia resolverán el problema de muchas familias y se conseguirá así conciliar vida laboral y familiar de una vez por todas.
Qué facil y qué barato resulta hablar desde el desconocimiento...
Estos individuos cobardemente atrincherados y que sólo piensan en su ombligo tuvieron un desliz en algún momento de sus vidas, justo cuando se plantearon su futuro pero tal vez nadie les contó que existía esta profesión chollo con dos meses de vacaciones, más Navidad y Semana Santa, estupendamente remunerada y sin apenas riesgos laborales o estrés. Ellos ya estarán aleccionando a sus hijos e hijas para que no incurran en el error de dedicarse a otra profesión que no sea la docencia. No obstante, por si hay todavía por ahí algún despistado que con la crisis que está cayendo aún no se ha enterado, existe un trabajo bien remunerado con dos meses de vacaciones que apenas exige titulación universitaria y formación continua, garganta y nervios de acero, paciencia hasta el infinito y más allá... ¡Ah, sí! Y un buen impermeable para que te resbalen todas las gilipolleces que escriben y cuentan algunos. Dixi.
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